Cuento - La bruja de las arenas cantarinas

 

En el poblado de Kalahari, hace mucho tiempo, vivía una pareja de pastores con tres hijos. El día que la madre murió, el hombre decidió construir una casita en el árbol más alto. Pensó que esta sería una buena forma de evitar a la malvada bruja que vivía en aquella región.

Cuando el padre salía a trabajar, bajaba del árbol por una escalera que los niños recogían pronto. Cuando regresaba, el padre silbaba tres veces para avisar a los niños que debían soltar la escalera.

Los niños eras muy obedientes y nunca bajaban del árbol por temor a la bruja, que era conocida como la “bruja de las arenas cantarinas”, porque su choza quedaba en medio del desierto cuyas arenas blancas cantaban cuando las pisaban.

Mientras el padre estaba afuera, los niños jugaban y cantaban en la casita. Pero un día recibieron una visita inesperada.

La bruja había salido a pasear montada en su hiena, cuando vio a lo lejos una casita sobre un árbol. Decidió acercarse y cuando oyó el canto de los niños, pensó en devorarlos. Se escondió y cambiando su voz por un tono muy dulce les pidió a los niños que la dejaran subir para acompañarlos. Los tres hermanos no le hicieron caso y siguieron jugando.

Pero la bruja, muy enojada, no se fue, sino que se escondió para saber con quien vivían los niños. Al atardecer vio que un pastor silbaba tres veces y enseguida aparecía una escalera para subir. Cuando la bruja descubrió la señal, se alegró mucho, así que decidió volver al día siguiente.

Los niños le contaron a su padre de la visita inesperada. Él se preocupó mucho, así que les aconsejo a los niños que debían estar atentos.

A la mañana siguiente, los niños despidieron a su padre. La bruja, que estaba escondida, esperó que el pastor de alejara u silbó tres veces. Los niños se quedaron sorprendidos, sin embargo, echaron la escalera pensando que a su padre se le había olvidado algo. Segundos después la bruja agarro a los niños, les ató las manos y montada en la hiena se los llevó a la choza.

Cuando el padre regresó y no vio a sus hijos, fue corriendo a la casa de un anciano sabio del poblado, para pedir consejo.

El sabio adivino que la bruja se había llevado a los niños. Así que el padre debía ir a rescatarlos a la choza en medio del desierto de arenas cantarinas. La única forma de cruzar las arenas sin que estas se pusieran a cantar, era tocando un tambor de oro.

El anciano le dio el tambor al hombre, que salio disfrazado de mendigo para engañar a la bruja. El padre cruzó sin problemas el desierto y llego a la choza. La bruja salio a la puerta muy sorprendida de ver a un mendigo. Ya iba a echarlo a las hienas cuando vio escondido el tambor de oro, así que lo invito a pasar.

Al entrar, el pastor vio la enorme olla sobre el fuego, que la bruja removía con su bastón mágico. En un rincón estaban los niños tiritando de miedo, pues tampoco habían reconocido a su padre.

El hombre pidió un poco de sopa a la bruja. Ella se acercó a una repisa para ofrecerle un líquido venenoso en vez de sopa. Pero en ese instante el pastor tomo el bastón, lo partió y lo lanzo al fuego.

La bruja corrió la misma suerte del bastón. La hiena, al escuchar el grito de dolor que lanzó la bruja, huyó despavorida hacia el desierto. El pastor abrazo a sus hijos y regresaron al poblado.

Aquella noche hubo una gran fiesta para celebrar el final de la perversa bruja y el comienzo de una vida feliz y tranquila.

 

Celia Ruiz.